La última guerra civil había terminado hace cincuenta y seis años, y el coronel, desde que se oficializó los términos, no hacía nada más que esperar la pensión pactada en el tratado de Neerlandia, en beneficio de los excombatientes. Mientras tanto el país se debatía en una guerra clandestina entre los liberales y los conservadores, conflicto en el que había muerto Agustín, hijo del coronel, y desde ese acontecimiento, el par de viejos estaban sumidos en la más incalculable pobreza. Apenas les quedaban unos centavos y el coronel pretendía gastarlos en maíz para el gallo. La mujer del coronel de dijo que era un animal, que podía esperar, pero el coronel insistió, ya verían como se las arreglaban. El gallo había sido de Agustín, y en él, el coronel tenía puestas todas sus esperanzas, porque en enero se abría la temporada de las peleas. Estaban a Octubre, y lo mismo que cada viernes, cuando el coronel iba a la oficina del correo para comprobar que, como los últimos veinte años, la pensión no había llegado, la ilusión de que en enero el gallo gane y los saque a flote por quien sabe cuánto tiempo, era una incertidumbre la vida durante cada día de pobreza y hambre. Para solventar las migajas el coronel y su esposa tenían varias opciones, vender algunas de las pocas cosas que les quedaban, el reloj, unos zapatos, el cuadro, pero cada vez el destino se ensañaba y empeñaba en no dejarlos vivir en paz. Todos en el pueblo mantenían las expectativas en el animal, todos le preguntaban por el gallo, y el coronel siempre respondía que “ahí está”, y ahí estaba, el gallo era el único ser que comía en esa casa. Pero la mujer del coronel, enferma de asma, veía que su fe en las peleas de enero se iba desvaneciendo. Entonces le sugirió a su marido vender el gallo. Él ya había tratado de hacerlo, pero don Sabas, vecino pudiente y padrino de Agustín, le daba sólo cuatrocientos pesos y no los novecientos que una vez dijo que costaba el animal. El coronel no lo vendió, regresó a casa con el gallo y la mujer indignada se molestó. El coronel insistió en vender el reloj, pero sabía que no iba a ser fácil. Hay que vender el gallo, decía la mujer, y él que no, que para el veinte de enero ganaba en las peleas. No cabía la posibilidad de que pierda. Estaban en diciembre, y la mujer le preguntó al coronel: “y mientras tanto qué comemos”. “Dime,¿qué comemos? Y el no reparó en su edad ni en su cariño cuando le respondió: mierda.
Finalmente, Tuvo el Coronel quien le escribiera?...su gallo ganó la pelea?... los invito a descubrir por su propia cuenta el resto de esta obra excelente de Gabriel García Márquez… en “El Coronel no tiene quien le escriba”
Espero de ustedes su amable comentario, duda o queja…
(Escríbanme!... que no quiero estar como el coronel!)
Mierda!. Comenta la última palabra que aparece en el texto y que es pronunciada por el coronel. ¿Qué significado le das a esta expresión en el contexto de la obra?
By Valentina Fuentes.